$NANO dinero digital instantáneo sin comisiones

domingo, 31 de enero de 2016

Qué democracia para el siglo XXI - Introduccion



Introducción: ¿Qué democracia para el siglo XXI?

Matías Bianchi y Pía Mancini

* Puede leerse y/o descargarse el libro completo en: https://es.scribd.com/doc/297118898/Que-Democracia-Para-El-Siglo-Xxi


La democracia es una forma de organización social, una
de tantas. No es algo estático, de laboratorio, sino que
es constituida y reconstituida históricamente por nosotros,
los ciudadanos, con los recursos culturales, tecnológicos
y políticos que tenemos a disposición. Es por ello que cada
sociedad, según sus propias características y posibilidades se organiza
a su manera.

América Latina, con grandes diferencias entre países, tiene
características particulares que le son propias, que han definido
sus procesos políticos. En nuestra región, la construcción de la
democracia ha sido un proceso largo y complejo, y ha avanzado
sufriendo constantes interrupciones, idas y vueltas, perversiones
y falencias. A pesar de estas debilidades, la democracia en
América Latina hoy se encuentra más fuerte que nunca. Desde
la década del ochenta, cuando la región logró dejar atrás los golpes
cívico-militares y los gobiernos de facto, este sistema se ha
mantenido. Con sus deficiencias, las elecciones se han vuelto
una práctica irremplazable, la ciudadanía política se ha ampliado
y fortalecido; y la sociedad, consciente de sus problemas y
desafíos, quiere resolverlos dentro del juego democrático.

Este avance produjo que el debate y las batallas (por suerte,
ya no batallas armadas en la gran mayoría de la región) ya no sean
por la democracia sino por qué tipo de democracia queremos.
5

El desafío que nuestra generación enfrenta es el de pensar, imaginar,
diseñar y construir la democracia para el siglo en el que
vivimos. Las instituciones democráticas que consolidamos son
aquellas que fueron pensadas hace más de 200 años y que responden
a los valores, la tecnología y la ciudadanía de esa época.

Esa tecnología y ciudadanía han cambiado profundamente en
los últimos dos siglos, sobre todo en los últimos veinticinco años,
desde el surgimiento de la red e internet. Consecuentemente,
el sistema político ha quedado desincronizado de los tiempos
de la sociedad. Mientras que nuevas tecnologías nos permiten,
como ciudadanos, expresar nuestras ideas y aspiraciones, organizarnos
para la acción cívica y política a un costo estructural
prácticamente nulo y participar remotamente en ágoras globales,
el sistema político pretende que seamos únicamente receptores
pasivos de un monólogo. Somos espectadores de un juego en el
cual no participamos y sólo somos llamados a refrendar cada dos
años a través del voto.

Parece que estamos encaminados hacia un choque entre un
sistema político que ya no representa y ciudadanos con nuevas
capacidades de representarse a sí mismos. El resultado de este
choque será un nuevo modelo del Estado y de la sociedad, uno
que aún desconocemos, pero que tenemos la oportunidad única
de influenciar y protagonizar.

Uno de los principales aspectos de las instituciones políticas es
su legitimidad. Son —o al menos deberían ser— los encargados de
6

mediar confianza en la sociedad. Confiamos en que los partidos
políticos agregan nuestras preferencias y las elevan a la dirigencia
para que éstos decidan a favor del bien común; confiamos en
las instituciones económicas lo suficiente para intercambiar papeles
a cambio de bienes y servicios; confiamos en la protección
de las leyes y entregamos a las instituciones políticas el monopolio
de la fuerza. Sin embargo, en las encuestas regionales de
Latinobarómetro y LAPOP, vemos que las instituciones públicas
gozan sustancialmente de menos legitimidad que las privadas, y
los partidos políticos se encuentran al fondo de la lista. Nos tenemos
que preguntar, entonces, ¿en quién confiamos?

Si los modelos tradicionales de organización social y política
han perdido gran parte de su legitimidad, es decir de su capacidad
de responder a las demandas de la ciudadanía y de generar
confianza en el sistema, necesitamos empezar a pensar, a diseñar
y a experimentar alternativas. La necesidad nace de aquello
que se encuentra en el centro mismo de la organización política:
el poder. Los sistemas políticos distribuyen poder —de forma
más o menos democrática o justa y en base a razones tan diversas
como el carisma, la fuerza, o la voluntad popular—. Si
la confianza en las instituciones existentes es cada vez menor y,
por lo tanto, la legitimidad de aquellas está cada vez más cuestionada,
a menos que logremos articular una alternativa, nos enfrentaremos
a un vacío de poder que será ocupado rápidamente
por alternativas de facto, populistas o radicalizadas.
7

Entonces, si la democracia es ese espacio vivo, en constante
transformación, significa que no estamos condenados a las
instituciones que heredamos. Éstas son un bien colectivo que
podemos y debemos rediseñar para el tecnos y demos existentes
hoy. No es un proceso fácil, ni un proceso que pueda tomarse a la
ligera, pero estamos en un momento de la historia donde las innovaciones
en la tecnología de organización y comunicación hacen
necesario debatir qué democracia queremos para el siglo XXI y
qué características deberá tener la ciudadanía que la protagonice.
Estamos en un momento histórico en donde una innovadora
tecnología de la comunicación y la organización facilita el
surgimiento de una ciudadanía con nuevas capacidades y, como
resultado, podemos discutir cómo es, cómo queremos que sea,
en el siglo XXI la democracia. Esta colección no pretende proveer
una respuesta, ni siquiera esbozar un camino, sino que presenta
una mirada hacia el futuro, orientada a desovillar la pregunta
más importante que puede y debe hacerse esta generación: ¿qué
queremos y podemos construir como democracia?

Este trabajo es resultado de un camino que estamos transitando
con una red de organizaciones de la región. Surge, curiosamente,
de la convergencia entre Asuntos del Sur y Democracia
en Red, organizaciones que nos hacemos las mismas preguntas
y en las que estamos construyendo redes paralelas para
compartir inquietudes e intentar responderlas. Rápidamente
nos dimos cuenta de que es un proceso general donde hay un
8

mundo que no termina de morir y no sabemos cuándo el nuevo
empieza a parir.

Ambas organizaciones buscamos construir redes ampliadas
y flexibles de individuos de América Latina que están construyendo
en el espacio de la innovación cívica. El objetivo es trabajar
juntos en el desarrollo de innovaciones que nos permitan
participar en el diseño de instancias nuevas de participación ciudadana
que tengan impacto en el sistema político. Elegimos
cooperar, aunar esfuerzos, y enriquecer juntos el proceso.
El origen más profundo —y, creemos, la motivación última
de todos aquellos que nos acercamos— ha sido nuestra propia
incertidumbre frente a estas preguntas, marca registrada de
nuestra época. Incertidumbre frente a los grandes relatos que
nos contaban sobre la paz perpetua, la revolución o el desarrollo
acumulativo. Hemos aprendido a la fuerza que la historia no está
determinada y que nuestro mundo es finito. Es por ello que empezamos
a buscar nuestras propias respuestas, de manera inductiva,
con amigos, compañeros y colegas que hemos ido teniendo
la suerte de cruzarnos por toda la región.

Lo que buscamos no fue realizar un encuentro académico,
sino una conversación entre actores en el terreno, entre protagonistas
de una transformación provenientes de diferentes
contextos, banderas, luchas y agendas. Lo que nos une es una
búsqueda común: la necesidad de preguntarnos en voz alta qué
significa el cambio social, qué sentido tiene la democracia para
9

nosotros y cuál es nuestro rol en ella. Es un ejercicio exploratorio,
donde no buscamos generar consensos sino generar confluencias.
Sí, cada uno de nosotros tiene aspiraciones utópicas.
pero tenemos todos una fuerte conexión con prácticas concretas
muy diversas que alimentaron el diálogo.

Gracias al apoyo de la Fundación Avina y a Open Society
Foundation, pudimos reunir a nuestra red a finales de 2014 en
Santiago de Chile. Este encuentro contó con la participación de
activistas, políticos, hackers, artistas, emprendedores e investigadores
sociales de trece países (Argentina, Brasil, Bolivia, Chile,
Cuba, Ecuador, El Salvador, Estados Unidos, México, Paraguay,
Nicaragua, Venezuela y Uruguay). El objetivo fue debatir
perspectivas en torno a la política, el activismo, la democracia
y la tecnología en el marco de las transformaciones que hemos
logrado presenciar en los albores del siglo XXI.
Colaboradores y su contexto
En este trabajo buscamos dar cuenta de la existencia y la
experiencia de actores que construyen alternativas políticas a las
formas y contenidos que conocemos. Operan en lo que denominamos
los “márgenes” de la democracia, rincones autónomos
de poder donde articulan nuevos espacios públicos y construyen
formas alternativas de ejercicio del poder y se vinculan de
manera innovadora entre sí y con el poder político. Son activis10
tas, emprendedores, militantes, políticos, líderes comunales, comunicadores
y demás, que tienen como objetivo ampliar los
derechos ciudadanos desde el rincón donde actúan.

Estos actores no surgen en la oquedad de un tubo de ensayo,
sino en contextos históricos concretos y con las herramientas
tecnológicas y cognitivas de las que se dispone. Vale la pena
detenerse en las características de las democracias latinoamericanas,
las cuales han creado, involuntariamente, un ecosistema
propicio para el desarrollo de este tipo de ideas y prácticas políticas.
La combinación de éstas con las transformaciones económicas
y tecnológicas de las últimas décadas, brindan el marco
y las herramientas para el surgimiento de estos liderazgos y
prácticas alternativas.

El desarrollo de la democracia en América Latina tiene características
que le son peculiares, diferentes a las de los países
occidentales del Atlántico Norte. En nuestra región, la modernidad
y su reflejo institucional en el Estado moderno, nunca fue
implementado acabadamente. La consolidación de los Estados
independientes en la región a partir de mediados del siglo XIX,
vino emparejado con un desarrollo económico basado en la exportación
de recursos naturales, generalmente de carácter extractivo
y, en su mayoría, de enclave. Los recursos han estado
controlados por elites rentísticas —locales e internacionales—,
que concentraron bienes públicos, infraestructura e instituciones
en los lugares con mayor dinamismo económico, dejando a
11

grandes porcentajes de la población marginados de los procesos
económicos y del poder político. La historia del quebracho
en el Chaco argentino, el banano centroamericano, el café paulista,
los nitratos andinos, la plata mexicana, el caucho amazónico
o las esmeraldas colombianas es la historia de las venas
abiertas de América Latina.

Durante el siglo XX, con importantes diferencias entre ellos,
los Estados de la región lograron escasos avances en la consolidación
de sus poderes infraestructurales para incorporar a las
mayorías en los procesos de desarrollo nacional. Educación, salud,
seguridad, transporte, servicios y demás se concentran en
los centros urbanos y para algunos sectores. Los Estados no consiguieron
(o sólo lo hicieron parcialmente) que seamos todos
iguales frente a la ley, y en ellos la dificultad de ser indígena o
mulato aún se vive día a día; no existe la igualdad de género, los
bienes no llegan a todas las regiones, y escasean oportunidades
para los jóvenes. Algunas veces se ha avanzado en algún aspecto,
pero retrocedido en otro. De alguna manera, los poderes “de facto”
han prevalecido frente a una institucionalidad estatal débil
y de escasa penetración territorial.

Estas características del Estado tienen su correlato en la debilidad
histórica de los regímenes democráticos en la región. La
dificultad de establecer el poder central en el siglo XIX y su consolidación
incompleta en el siglo XX hicieron que, en vez de descansar
en la fórmula político-económica de Estado de bienestar
12

y sistema de partidos como en Europa, en la región se exacerbara
el rol del Ejecutivo y de sus aparatos represivos. En otras palabras,
reúne la parte violenta y jerárquica del Estado sin el alcance
de los beneficios sociales que implementaron en los países
desarrollados. Es por ello que la fragilidad infraestructural de
los Estados, la falta de autonomía frente a los poderes fácticos
y la debilidad de la ciudadanía son los factores fundamentales
que explican un siglo de tensiones entre democracia y autoritarismo
en la región.

En los últimos treinta años, se ha experimentado una
recuperación de la democracia como régimen político, lo cual
ha significado importantes avances frente a casi un siglo de
interrupciones constitucionales y dictaduras militares. Sin embargo,
estos avances han sido percibidos por la población como
insuficientes y escasos. La región todavía es la más desigual del
mundo, donde mujeres, afrodescendientes, indígenas y jóvenes
siguen siendo los sectores con mayor vulnerabilidad. El sistema
político pareciera no resolver sus problemas cotidianos, va muy
por detrás de la agenda de prioridades de la sociedad. En este
sentido, a pesar de la estabilidad de la democracia electoral,
la democracia de ciudadanos o democracia de bienestar se encuentra
todavía muy rezagada. No es casual, por ello, que las
instituciones públicas tengan más baja estima entre la población
que las instituciones privadas, y que sean los partidos políticos
los que tengan los niveles más bajos de legitimidad entre todas
13

las instituciones, así como las instituciones representativas en
general. Esto es lo que cotidianamente denominamos “crisis
de representación”.

Nuestros Estados, que son piezas de museo diseñadas en
el siglo XIX, tienen que servirnos para lidiar con los problemas
del siglo XXI. Es decir, las instituciones para representar a los
ciudadanos, incluir a las mayorías e implementar mecanismos de
desarrollo son, a la vista de los latinoamericanos, cada vez menos
capaces de llevarlo a cabo. Estas instituciones, incluyendo a los
partidos políticos, han dejado huérfanos a amplios sectores sociales,
minorías o mayorías excluidas.

Hay un aspecto positivo de este fenómeno. La debilidad de
los Estados democráticos de la región es una ventana de oportunidad,
un espacio fértil y desestructurado en el que surgen y de
donde se nutren actores como los que escriben en esta publicación.
Los márgenes, la periferia son espacios de innovación política.
Los “huérfanos” aparecen con mayor libertad para proponer
alternativas de manera fresca, innovadora y desestructurada.
Allí es donde surgen actores como el movimiento
#YoSoy132, o los #Disidentes de Venezuela; otros optan por
armar partidos políticos como el MRS en Nicaragua o los jóvenes
estudiantes chilenos; mientras que algunos influyen desde
organizaciones sociales. Lo que todos tienen en común es que
buscan y proponen un nuevo contrato entre Estado y sociedad.
Los déficits de la democracia y las carencias de los apara14
tos estatales de la región resultan ser, de alguna manera, una
oportunidad para articular espacios públicos nuevos y para dar
fruto a liderazgos alternativos que permitan empujar por una
nueva agenda política en la región. Estos sujetos se refugian
allí creando quilombos, espacios de creatividad y libertad donde
proponen formas y contenidos nuevos para la democracia.
Con ese espíritu nos reunimos en Chile, salirnos de nuestros
lugares cotidianos a crear un quilombo donde poder decir
cómo pensamos y vivimos la democracia hoy, qué podemos
aportar como generación y cómo pensamos transformarla. Este
trabajo resume nuestras emociones, preocupaciones, sueños, y
preguntas sobre la democracia en América Latina.

Las contribuciones son complejas y fueron escritas sin pautas
previas. Sin embargo, es interesante notar como dialogan
principalmente en tres ejes: qué ofrece la tecnología digital a
la democracia, qué demos tiene hoy la sociedad, y los elementos
de una agenda generacional. Estos temas y preocupaciones
atraviesan transversalmente los trabajos, donde cada uno hace
énfasis en alguno de estos ejes a partir de la experiencia propia.
15

La revolución digital
Uno de los ejes ineludibles que se abordan al hablar de
movimientos políticos innovadores y cambios en las democracias
son las posibilidades y herramientas que nos brinda la
revolución digital que estamos viviendo, pero que todavía no
sabemos bien qué significa y hacia dónde nos lleva.

La difusión de la internet, las redes sociales y los teléfonos celulares,
fenómeno que llamamos la “Triple Revolución”, significa
transformaciones disruptivas en nuestras relaciones sociales, comunicaciones,
comercio, economía, vida privada y en el conocimiento,
especialmente cuando todo está sucediendo al mismo tiempo.

Agustín Frizzera, de Democracia en Red, nos plantea cómo
el software puede ayudar a desarrollar y potenciar las capacidades
de colectivos sociales. A partir del desarrollo del software
DemocracyOS, se desafían la teoría y la praxis de la democracia
representativa en la que vivimos, proponiendo una relación activa,
instantánea y participativa.

Del mismo modo, Pablo Collada, director de la organización
Ciudadano Inteligente, nos explica en su trabajo cómo la
tecnología facilita el diálogo, equilibra las voces. La tecnología
digital, señala, es una oportunidad única para reinventar el sentido
de comunidad, construir una historia y una memoria colectiva.
Bernardo Gutiérrez explica cómo internet crea nuevos
espacios, antes inexistentes, a un costo marginal.
16

Esto es construir democracia, es recuperar el valor de lo público,
lo abierto, es parte de la estructura de la tecnología digital.
Pero no estamos sólo frente a cambios cuantitativos, de mayor
información, datos, conectividad. También la tecnología digital
propone cambios estructurales en la forma en cómo nos organizamos
como sociedad. Permite otras relaciones políticas, más
horizontales, colaborativas y en red —todo lo opuesto al diseño
institucional de la matriz estadocéntrica—. Como señala Newsom
en su libro Program or be Programmed, en esta matriz estadocéntrica,
el Estado está en el centro, y es el gobierno quien empuja las
cosas hacia ti, y tú eres un recipiente pasivo, aislado de los centros
de decisión. Es un modelo de una sola vía y en política, tú votas,
yo mando. Santiago Siri aquí nos explica que la tecnología digital,
específicamente internet y el Blockchain, es estructuralmente
descentralizada. El Blockchain, andamiaje sobre el que se basa el
Bitcoin, tiene el potencial de desafiar al propio Estado moderno,
ya que no lo necesita como autoridad legítima ni como intermediador.
El Blockchain es creado y se legitima en sus propios usuarios,
ya que es una estructura autónoma distribuida entre ellos.

Este paradigma basado en el conocimiento, desnuda las tradicionales
fuentes de poder y democratiza el juego político.
Todavía no tenemos muy en claro el alcance y los desafíos que
esto representa, y en ese sentido, Bernardo Gutiérrez nos invita a
hacer una pausa, a repensar los códigos, las formas en que pensamos
y hacemos la acción política.
17

Uno de los principales desafíos es que no estamos todos en
igualdad de posición para aprovechar los beneficios que las tecnologías
ofrecen. Pablo Collada nos alerta de las persistentes
desigualdades de acceso al poder en el mundo, donde dinero,
familias y grupos de interés manejan la política.

Matías Bianchi, de Asuntos del Sur, va más allá y pide no
caer en “tecnoutopismos”, ya que las desigualdades en el mundo
online son aún más grandes que en el mundo offline. Matías
alerta sobre la necesidad de un trabajo político y de formación
ciudadana para no caer en un tecno elitismo. La era digital requiere
una mayor capacidad de agencia por parte de los ciudadanos.

Tal como alertaba Gramsci en la década del 1920, los
cambios sociales —en su caso propugnaba por una revolución
de los trabajadores— significan un cambio cultural de empoderamiento
de las bases. Él pensaba que el desafío de los movimientos
sociales era un proceso de formación ciudadana, y la
revolución requería eliminar las divisiones entre dirigentes y
dirigidos, y el peligro inminente era la caída en el totalitarismo.

Demos
Otro aspecto sobresaliente en los textos de los colaboradores
es que destacan el surgimiento de un demos que antes no
existía, con dinámicas nuevas. Uno de ellos es el fenómeno que
Bernardo Gutiérrez explica que los movimientos emergentes no
18

son homogéneos, sino que son una “confluencia” de organizaciones,
que apuestan a una organización abierta, a la cultura libre
y a los bienes comunes.

Aunque varios autores hablan de que estos movimientos
no son completamente nuevos, muchos recuperan saberes y
prácticas anteriores. Comunidades afro que se reinventan,
que arman Quilombos digitales, como las llama Monique Evelle.
Ella explica, a partir de su militancia en Desabafo Social en Salvador
de Bahía, la lucha por las nuevas formas de esclavitud.

Cambian las formas, pero la explotación, la marginalidad y la
exclusión continúan azotando a la diáspora africana que vive
en América Latina. Por otro lado, los quilombos, esos lugares
de resistencia que creaban los esclavos cuando se escapaban
de las plantaciones en la colonia, ahora se reinventan con tecnologías
digitales, y el uso de la danza y la música como instrumentos
de incidencia política.

Bernardo Gutiérrez también dice que, en realidad, no hay
nada nuevo —se retoman principios anteriores como el de “mandar
obedeciendo” del zapatismo, o “tomar la calle”, o “si el pueblo
no tiene justicia, que el gobierno no tenga paz”—.
Esto invita a salir de una cultura política binaria. Los nuevos
movimientos tienen matices, se agrupan en diferentes redes,
cooperan, participan y confluyen. Los ciudadanos no somos
homogéneos, parte de un algo homogéneo, sino que participamos
en distintas áreas. Paul Caballero, activista LGBTI,
19

explica cómo nuestra identidad es multifacética, no dicotómica
y que se define y redefine.

Otro de los elementos que se retoma es la emocionalidad,
algo que pasó a estar ausente en la política de partidos. Es así
como surgen movimientos políticos como #YoSoy132, que es
una reacción frente al PRI, que volvía al poder en el 2012 de la
mano de la poderosa Televisa —ejes de la vieja política—.
Rodrigo Serrano nos cuenta cómo vivió en carne propia el
proceso desde la Universidad Iberoamericana, la articulación con
otros actores y los desafíos vividos. Todo comenzó con un video
sin producción subido a YouTube, reacción a un insulto por parte
del candidato del PRI.

Este demos se organiza de manera diferente. Julio Jiménez
Géndler “Juliococo”, activista venezolano, cuenta cómo se ha
servido de una nueva forma de hacer política, descentralizada,
horizontal y conectada, pero que choca frontalmente con la
política piramidal y jerárquica de los partidos políticos tradicionales
en Venezuela. Esta transición, donde la sociedad pasa
del “que nos representen” al “nos representamos”, no es un
proceso sencillo ni exento de sobresaltos.

En esta línea también argumenta Justin Wedes, contando
su experiencia en el movimiento Occupy Wall Street. Wedes explica
las dificultades de estos liderazgos horizontales, sin líderes
jerárquicos. Allí hay también problemas de acción colectiva, de
coordinación y hay actores que cooptan los procesos. No lo dice
20

para dimitir, sino para tomar nota y mejorar. Sin dudas, este movimiento
impactó en otras organizaciones alrededor del mundo e
introdujo otro lenguaje a la agenda política. Hablar del 99% hoy
es un planteo político muy instalado. ¿Estamos frente a algo que
no pudo ser, o simplemente frente a un fenómeno diferente?

Agenda generacional
El tercer eje sobre el que versaron las reflexiones es el de
los aportes políticos de nuestra generación. Un énfasis en tecnología
no tiene por qué dejar de tener utopías, sueños, ni mucho
menos miradas de un futuro que se pretende alcanzar.

En estos trabajos no resalta una mirada de grandes relatos
o utopías totalizantes, como la paz perpetua kantiana o el comunismo
marxista que pretendían unas cosmovisiones absolutas
sobre la historia, el presente y el futuro. En estos textos
se ven minirelatos, elementos sueltos pero con una mirada de
inclusión política, igualdad de condiciones y sostenibilidad de
nuestras relaciones económicas.

Uno de los que aborda este eje es Paul Caballero, que trae
el debate de identidad sexual al corazón de la reflexión sobre
la democracia. Si la identidad es clave para la formación del
individuo y del ciudadano, democratizar la identidad sexual no
es más que la lucha por la ciudadanía. Debemos correr las fronteras
de la inclusión política. Este es el proceso de “deshuma21
nización más nítido y prolongado desde que la humanidad se
asumió como tal", y no resolverlo es naturalizar la hipocresía,
pero sobre todo es permitir la permanencia de los prejuicios y
la intolerancia.

En la misma línea, la diputada nicaraguense Silvia Gutiérrez,
reflexiona sobre lo difícil que es para las mujeres todavía trabajar
en política, la discriminación, el sometimiento y las barreras.
Por ello, da pistas de acción política mediante la construcción
de redes regionales de sororidad, entre otras estrategias.
Desde Paraguay, Maxi Urbieta habla de cambiar la manera
en que pensamos nuestro hábitat. Propone como eje de su accionar
político una ciudad inteligente, la cual no es una cuestión de
tecnología, sino sobre todo un modelo de gobernanza en el que
se busca una ciudad más integrada y sustentable.

Parte fundamental de esta agenda es la inclusión de los
indígenas y la diáspora africana. Monique Evelle da cuenta de
esto y señala a la cultura como un arma clave de construcción
política, desde las favelas y con jóvenes negros pobres. En su
práctica, ha ido tornándose en una técnica social desarrollada
no sólo desde Desabafo sino también desde otras organizaciones
como Midia Étnica.

El lector no debería acercarse a estas contribuciones como
un tratado sobre la democracia en el siglo XXI, ni tampoco buscar
una coherencia argumentativa. Simplemente, no la encontrará,
y tendrá la sorpresa de hallar más preguntas que respues22
tas. ¿Cómo pasar de la movilización en red a la calle? ¿Cómo construir
liderazgos alternativos en redes dinámicas? ¿Cómo será la
transición de la modernidad industrial a la era digital? ¿Cómo es
el animal político? ¿Cómo lo formamos? Son preguntas abiertas,
sin respuesta, que seguimos discutiendo.

Lo que sí hay son expresiones desprejuiciadas, en primera
persona, emitidas por actores transformadores de nuestra realidad
en América Latina. Actores que están en el terreno, en diferentes
países, pensando y actuando para correr la frontera de lo
que tenemos y lo que podemos tener como organización política.
En definitiva, como nos invita a pensar Agustín Frizzera, la democracia
no es más que una forma de vida.

Esta publicación es la primera parte de una conversación regional
que buscamos enriquecer con nuevas y diversas miradas,
creando nuevos espacios digitales y físicos para seguir intentando
plantear y, ojalá, responder las preguntas que vale la pena hacerse.
Matías Bianchi, director, Asuntos del Sur
Pía Mancini, directora, Democracia en Red
23




Matías Bianchi es doctor en Ciencia Política con estudios en
la Universidad de Buenos Aires, la Universidad de Oxford y el
Instituto de Estudios Políticos de Paris (Sciences Po). Ha sido
becario FURP, Chevening, Excellence Eiffel y fellow en
Northwestern University. Ha sido convocado por el Council of
the Americas como parte de las Nuevas Voces de América Latina.
Ha trabajado en el Woodrow Wilson Center, el Gobierno
de Argentina, el Centro de Desarrollo de la Organización para la
Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y ha dirigido el Instituto
Federal de Gobierno en Argentina. Es docente universitario
en la Universidad de Arizona y realiza asesorías internacionales
en torno a temas de descentralización, democracia subnacional y
tecnopolítica. También es director y fundador de Asuntos del Sur,
think tank con enfoque regional donde concentra su trabajo
en torno a cómo la tecnología puede permitir la democratización de
la política. Su último libro se llama Democracia en los márgenes de
la democracia: activismo en América Latina en la era digital.
24




Pía Mancini es co fundadora y Directora Ejecutiva de Democracia en
Red. Politóloga, co fundadora del Partido de la Red, representante
del Consejo de Social Media del Foro Económico Mundial, es parte
de The World Fix, una comunidad que innova en el problema más
difícil del mundo, el Gobierno. Fue Jefa de Asesores de la Subsecretaria
de Asuntos Políticos GCBA, trabajó en el Centro de Implementación
de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) y
formó parte del equipo fundador de Interrupción.






* Puede leerse y/o descargarse el libro completo en: https://es.scribd.com/doc/297118898/Que-Democracia-Para-El-Siglo-Xxi

No hay comentarios:

Publicar un comentario