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domingo, 31 de enero de 2016

Internet como un puente - Agustín Frizzera


* Puede leerse y/o descargarse el libro completo en: https://es.scribd.com/doc/297118898/Que-Democracia-Para-El-Siglo-Xxi


"Retirado cada uno aparte,
vive como un extraño
al destino de todo lo demás,
y sus hijos y sus amigos particulares
forman para él toda la especie humana:
se halla al lado de sus conciudadanos,
pero no los ve; los toca y no los siente;
no existe sino en sí mismo y para él solo,
y si bien le queda una familia,
puede decirse que no tiene patria.
Sobre éstos se eleva un poder inmenso y tutelar
que se encarga sólo de asignar sus goces y vigilar su suerte.
Alexis de Tocqueville, La democracia en América.
Puesto que los que saben
y los que saben que no saben no se equivocan,
se puede definir como ignorante
al que cree que sabe.
Esa ignorancia es la causa de los peores males."

Platón, Diálogos"



La democracia que tenemos La democracia es, sobre todo, un estilo de vida. Como
tal, implica el respeto a las diferencias con otros, aceptar
la pluralidad, preferir el diálogo a la violencia, tomar
responsabilidad por las acciones propias, rendir cuentas,
comprometerse con el bien común. La democracia es, también,
un sistema. Vista así, es un arreglo político de prácticas e instituciones
(de determinadas características) que garantizan determinado
orden y organizan la convivencia humana.
La vitalidad de una democracia reside, justamente, en el grado
de sincronía entre el sistema y el estilo de vida de los ciudadanos.
El sistema democrático que hoy tenemos es una herencia liberal
del siglo XIX que, en su momento, se impuso por pragmatismo
y como mal menor ante las únicas alternativas que se
contemplaban: el absolutismo o la anomia demagoga.
Si bien se aplicaron enmiendas (el universo de votantes
se amplió, se incorporaron mecanismos de consulta popular a
muchas constituciones, etcétera) el ritmo de los potentísimos
cambios sociales de los últimos años hizo que el sistema perdiera
el tren. Y, hoy, se presenta ante nosotros como una cosa.
Trasladada al siglo XXI, la ingeniería democrática ensamblada
en el siglo XIX no reconoce el fraccionamiento de las identidades
sociales, las nuevas dinámicas de la economía mundial
y los nuevos patrones culturales. Así, desincronizada de las
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costumbres ciudadanas, el sistema se ha vuelto impermeable,
lento, impreciso.
Hoy, la representación indirecta supone un voto de confianza
con escasas garantías. En ese marco, se sabe, los partidos
políticos contemporáneos mostraron los defectos propios de
otras instituciones de épocas precedentes y se transformaron
en asociaciones oligárquicas organizadas para asegurar eficacia
en su competencia por el poder.
Las premisas del siglo XIX caen y el puente entre representantes
y representados se fractura. El resultado es la desafección
ciudadana, fenómeno que podríamos graficar así: si bien la ciudadanía
abraza la democracia, grandes mayorías ven la política
como lejana, inaccesible y, peor, le atribuyen una lógica propia,
ajena a la vida social.
Esta democracia que tenemos es formal y muy limitada. Para
enormes masas votantes, el sistema se ha convertido en elegir, cada
dos años, entre peores-alternativas. La democracia que tenemos es
un método para legitimar el poder. Como tal, por cierto, no logra
establecer las mejores opciones para la sociedad en su conjunto.
Así, por más patético que sea el ganador, “gana” el poder para
realizar determinadas transformaciones. Una vez pasadas las elecciones,
entonces, nos dicen que hay que “someterse” a los representantes
del voto popular (y a la ley, claro, que también los somete a
ellos). Por supuesto, podemos estar dispuestos a acatar las normas;
pero eso de someterse, ya es otra historia.
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La sabiduría colectiva
¿Qué es “saber”? ¿Quién sabe? ¿Quién sabe más? ¿Cómo lo
demuestra? ¿Quién decide? La división entre “saber” y “no saber”
está en la base de la división entre representante y representado. Este
cálculo, siempre decimonónico, apuntaba a dejar la administración
de “la política formal” en manos de un grupo de expertos,
capaces de interpretar a los representados.
Hoy, sin embargo, vivimos tiempos en que las ideas se diseminan,
los puntos de vista se multiplican y el conocimiento se
transforma. Nuestras sociedades, complejas, veloces, reniegan de
la autoridad del líder como experto. Hoy, para vivir mejor, los representantes
deberán entender que, al decir de Pierre Lévy, “nadie
sabe todo y que cualquiera sabe algo”.
Así, si bien resulta válido reconocer en el representante un
oficio específico (que requiere habilidades profesionales, que se
cultivan en parlamentos y despachos de estado) es el monopolio
de su saber de lo que se habla. En el siglo XXI, reservar el conocimiento
para castas de especialistas es pura melancolía.
Si aceptamos que el conocimiento está repartido por todas
partes, el saber del político tiene que orientarse a maneras de administrar
y representar esos saberes repartidos, coordinarlos en
tiempo real, para producir una movilización efectiva de las competencias
de cada uno.
Esta idea, si bien sugiere que el Estado debe ser más que el
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aparato de administración estatal, no es, de ninguna manera, un
alegato anti Estado. Al contrario, el Estado es fundamental para la
democracia en el siglo XXI. Entonces, si bien cabe pensar en cómo
sostener a nuestros representantes, no hablamos de “barrerlos”.
El punto es crear mecanismos, pensados para aumentar la
interacción entre sectores sociales, que podrían funcionar como
un complemento al esquema “representativo”. Así, las líneas que
dividen a una fuerza política de otras se harían más claras. También,
la frontera que separa los intereses de unos de los intereses
de otros encontraría mayor anclaje. Sin representación podríamos
tener problemas de legitimidad a la hora de encarar acciones realmente
participativas.

Una democracia más democrática, democracia que podemos
tener, entonces, no supone disolver la representación, sino pensarla
más permeable a los aportes ciudadanos. El diálogo y el encuentro
contribuyen a conocer el punto de vista del otro y hacen
posible (en el mejor de los casos) la empatía. Sin embargo, no
alcanzan para resolver las contradicciones. Ésa es función de un
Estado que, al decidir políticamente, promociona a algunos intereses
por sobre otros.

En suma, el saber experto del representante (y su equipo) sigue
siendo necesario pero debe ser permeable a la sabiduría colectiva.
La política no es el monopolio del saber sino tramitar saberes
repartidos. La política democrática debe establecer una dirección
ante puntos de vista expuestos y diferenciados.
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DEMOS
Lejos de las fantasías de la inteligencia artificial, el software
puede ayudar a desarrollar y potenciar las capacidades políticas de
colectivos sociales. La ingeniería de la democracia del siglo XXI
será imaginar y construir el uso de un espacio público particular,
construido sobre un ciberespacio interactivo y en movimiento.
Con DEMOS, proyecto desarrollado por Democracia en Red
con el apoyo de la Legislatura Porteña, quisimos dar un paso
en ese sentido. Y apuntamos, justamente, a introducir nuevos
mecanismos de participación ciudadana en un parlamento local
para generar mayor conciencia cívica entre los ciudadanos.

Basado sobre DemocracyOS1, aplicación web para la toma de
decisiones colectivas, la implementación, DEMOS, se desarrolló
en dos instancias:
1. La selección de proyectos de ley: presentación de dieciséis
iniciativas con estado parlamentario, seleccionadas
por doce bloques políticos distintos, para que los ciudadanos
participantes calificasen cada proyecto de acuerdo
al interés que tuvieran en debatirlo.2
2. El debate online, la discusión en general y en particular
por parte de los ciudadanos de los tres proyectos
mejor calificados en la etapa de selección.3
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En total, la página fue visitada por más de 13000 porteños.
Las tres leyes más votadas recibieron más de 650 comentarios
que pudieron traducirse en propuestas concretas, en general y
en particular, para que los autores de los tres proyectos debatidos
pudieran mejorar la formulación y el alcance de su proyecto.
Los proyectos seleccionados fueron a tres bloques diferentes.
Uno de ellos pertenece al bloque mayoritario (PRO: 28 diputados
sobre 60) ,pero los proyectos restantes son de bloques
con enormes dificultades de incidir en la agenda parlamentaria
para la discusión de temas: un bibloque (Coalición Cívica, 2 diputados
sobre 60) y un monobloque (Partido Obrero, 1 diputado
sobre 60).

La experiencia calificó de prueba piloto y, al menos, nos
muestra dos cosas: una plataforma online y abierta hace que
el tratamiento de los temas quede sujeto a las preocupaciones
ciudadanas y no sólo al peso parlamentario de los bloques políticos.
Así, puede ayudar a corregir la desviación del sistema frente
al interés general.
La participación ciudadana en una plataforma online, un
nuevo espacio público, se puede traducir en inputs digeribles por
el sistema, consistentes con la práctica parlamentaria.
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Profundizar el camino
Inaugurar un camino es apasionante, sin embargo, no se
puede aprender de la experiencia anterior. Se trata de intentar,
sacar conclusiones, corregir y volver a intentar. Consideramos
que, la simpleza del planteo y en la usabilidad de la plataforma
online, DEMOS tuvo aciertos.
Si se trata de involucrar comunidades heterogéneas, de interrelacionar
a diferentes actores en una convocatoria cada vez
más alta, el dispositivo escogido debe ser inteligible para todos
los participantes.

Hay, sin embargo, muchos aspectos a fortalecer de cara
a futuras implementaciones. En resumen, los desafíos para las
herramientas participativas para una Democracia en Red deberán
incorporar los siguientes lineamientos:
1. Educar. Es el componente pedagógico. ¿Y si los participantes
de un proceso participativo no sólo buscan la
imposición de su punto de vista? ¿Y si buscan aprender
algo, compartir un espacio común? ¿Puede este aprendizaje
ser indirecto, informal? ¿Puede usar juegos? ¿Fomentan
estas herramientas el reconocimiento, por parte de
los ciudadanos, de la estructura normativa? En definitiva,
¿sirven estas herramientas para el enriquecimiento civil
de las personas?
2. Informar, establecer conexiones causales. Es el com34
ponente informativo. ¿Sirven estas plataformas para la entrega
de mensajes a escala ciudadana? ¿Cómo hacen las
organizaciones políticas para aprovechar estas palestras en
la cotidianidad de los participantes? ¿Cómo hacen los participantes
para discutir en clave de justicia social?
3. Conectar redes sociales de distintos recursos. Es
el componente político. ¿Pueden estas plataformas tender
puentes, articular espacios amplios para contrapuntos e
intereses conflictivos? ¿Se expresan todos los ciudadanos
involucrados? ¿Las diversas opiniones entran en un marco
general? ¿Cómo se puede lidiar con las asimetrías de
poder de los participantes?
4. Ser utilizados en su justa medida. Es la variable de
tiempo. Consultar sobre todo puede equivaler a no consultar
nada. En otras palabras, estas plataformas deben
evitar el abuso de la consulta pública.
5. Ser institucionalizados. Es una condición necesaria,
pero no suficiente. Se refiere a los arreglos institucionales
y normativos para la incorporación de la dimensión ciudadana
en la toma de decisiones. Ninguna forma de participación
ciudadana puede ser viable mientras no se institucionalice
y se defina en términos legales.
6. Cumplir: Es la condición indispensable. Es vital que
la decisión tomada se respete; lo contrario podría redundar
en la desilusión de los participantes. Así, un aspecto
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central de la última fase de un proceso participativo es la
difusión de lo programado y el control de la ejecución de
lo acordado.
En última instancia, es el Estado quien debe asumir la responsabilidad
del rumbo a tomar mostrando, a la luz del día, que al
ratificar o rechazar determinada decisión, está decidiendo políticamente.
La política en la vida cotidiana
Sin una renovación de las prácticas políticas, nuestras sociedades
contemporáneas plantearán cada vez más problemas
de coordinación. La democracia liberal representativa, tal como
la conocemos, será sustituida por una nueva forma de gobernar.
¿Asegurará esta forma mayor horizontalidad?
La acción más importante para la política del siglo XXI es
construir un nuevo espacio público en el que la ciudadanía no
quede tan vinculada a la “política institucionalizada” como a la
acción colectiva de los propios ciudadanos. La vida social debe
ganar protagonismo político.
Para promoverlo es indispensable crear un ámbito, legitimado
por las instituciones formales, en el que todos los agentes
implicados, tratados como iguales, participen en la identificación
de problemas públicos, en la determinación de prioridades
y en el diseño y gestión de soluciones.
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Así, el hecho de que los ciudadanos manifiesten mayor o
menor identificación con los partidos políticos es irrelevante
fuera de la jornada de elecciones. En este esquema, que asume
la pérdida de centralidad de la política, las instituciones formales
dejan de ser los referentes principales.
Con la institucionalización de procesos como DEMOS, la
ciudadanía podría asumir un rol político desde redes informales
que se mezclen con las formales. Ello contribuiría a aumentar
la eficiencia en la gestión y, sobre todo, ayudaría a suturar la
brecha entre la “clase política” y la “ciudadanía”.
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Notas
1. DemocracyOs es una plataforma online que les permite a los ciudadanos informarse,
debatir y votar proyectos de ley en la búsqueda de estimular los mejores
argumentos para llegar a decisiones de forma colectiva. DemocracyOS se
adapta a las necesidades de cualquier organización que necesite difundir, discutir
y decidir soluciones para problemas complejos. Es una plataforma de código
abierto y puede ser utilizada, modificada y redistribuida libremente.

2. La etapa de selección, desarrollada entre el 5 y el 18 de noviembre, desplegó
frente a los ciudadanos dieciséis proyectos de ley dispuestos en placas que incluían
una breve explicación, el vínculo al proyecto original y el contacto con el
autor para realizar consultas directamente.

Finalmente, se preguntó en cada placa: “¿Cuánto te interesa debatir este proyecto?”
con las siguientes categorías y puntaje:
“NADA” valía 0 puntos; “POCO”, 3 puntos; “BASTANTE”, 7 puntos; “MUCHO”
10 puntos; “SALTEAR” un proyecto no otorgaba puntos.

3. La instancia de debate dividió cada uno de los proyectos en apartados “en
general” y “en particular” para permitir un tratamiento en profundidad de cada
uno. El diseño le otorgó especial importancia al debate entre los ciudadanos, con
un doble objetivo: por un lado, que la participación lograra generar una mayor
conciencia cívica y, por el otro, que las perspectivas y los argumentos de los
porteños se convirtieran en insumos para que los legisladores pudieran mejorar
sus propios proyectos.
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Agustín Frizzera es par y cofundador del Partido de la Red, licenciado
en Sociología (UBA) y Máster en Gestión Urbanística
(UPC). Su compromiso con el fortalecimiento de la participación
ciudadana lo motivó a crear e impulsar desde muy joven diferentes
iniciativas sociales, como el Grupo Interrupción y la Asociación
Civil Sumando Argentina. Ha sido director del programa Demos,
Construyendo una Ciudadanía Responsable y del programa Inmigración,
Ciudad y Territorio, del Centro de Políticas del Suelo y
Valoraciones (CPSV) de la UPC. Asimismo, ha trabajado como
coordinador del Plan Estratégico de Recursos Musicales en el Distrito
de Gracia (Barcelona) y se ha desempeñado como asesor parlamentario
en la Legislatura Porteña en materia de Planeamiento
Urbano, Vivienda y Patrimonio Arquitectónico.




* Puede leerse y/o descargarse el libro completo en: https://es.scribd.com/doc/297118898/Que-Democracia-Para-El-Siglo-Xxi

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